Eduardo Marisca | 01 Jul 2020
Si siguen este blog o si me siguen en Instagram, se deben haber enterado de que me pasé la mayor parte de la cuarentena escribiendo poemas. 500 poemas, para ser más preciso, escritos en poco más de sesenta días. No fue algo planificado, así como no fue planificado pasarme más de cien días en cuarentena por una pandemia global. Pero se convirtió en mi válvula de escape más importante durante todo este tiempo, me conectó con una forma de escribir que había abandonado por mucho tiempo, y me llevó a varios aprendizajes personalmente importante sobre cómo funciona la creatividad.
No creo haber descubierto ninguna pólvora. Pero hay algunas observaciones interesantes que me gustaría compartir, por el simple hecho de que pueden serle útiles a otra persona (así como las observaciones de otras personas, muchas veces, han sido útiles para mí).
Las limitaciones son tus amigas
Una de las cosas más intimidantes de cualquier actividad creativa es la página en blanco. Enfrentarse a ese vacío, con o sin una idea clara, y tener que ingeniárselas para descubrir por dónde empezar, cuál es la primera palabra, la primera línea. La página en blanco a veces es suficientemente intimidante como para acabar con la empresa por completo.
Establecer limitaciones a ese proceso creativo ayuda, contraintuitivamente, a facilitar esa lucha. Establecer barreras arbitrarias. En mi caso, tomé desde el principio la decisión de que quería escribir poemas cortos, y que mientras más cortos fueran, tanto mejor. Quería soltar la mano, ejercitar el músculo creativo, y para eso quería botar la mayor cantidad de ideas y versiones que pudiera. Pensar en poemas cortos hacía que ese proceso fuera mucho más sencillo.
Sobre esa decisión, establecí límites duros: creé una plantilla en Figma que limitara visualmente la cantidad de espacio que tenía disponible para escribir cada poema. Forzosamente, ninguno podría ser demasiado largo. Y visualmente, sabía que cada recuadro representaba un poema. Esto hizo mucho más fácil simplemente replicar la plantilla una y otra vez, y llenarla cada instancia con un poema distinto.
Automatiza las partes aburridas
Tener una plantilla, por ridículo que suene, elimino la necesidad de tomar decisiones, cada día, sobre dónde empezar. Sabía que era en Figma, sabía que lo único que tenía que hacer era replicar la plantilla y empezar a escribir, luego replicarla de nuevo y escribir un poco más, y así sucesivamente. Tener un proceso claro, casi automático, me ayudó a mantener el ritmo. Tener todos los poemas acumulados en un solo lugar me ayudaba a visualizar el progreso, a poder volver sobre ellos, revisarlos, editarlos, pero también fácilmente seguir agregando todo el tiempo nuevos.
Sobre todo al principio traté de guiarme por reglas más o menos arbitrarias. Por ejemplo, en un principio apuntaba a escribir diez poemas nuevos cada día, e intentaba escribir todos los días a las ocho de la noche. Luego de unos días, esto ayudó a que el proceso se volviera más o menos automático: a las 8 de la noche, copiaba diez plantillas, y empezaba a escribir por casi una hora.
Publicar los resultados también se volvió parte automática del proceso. La plantilla en Figma tenía el tamaño y las proporciones perfectas para poder exportar directamente una imagen y compartirla en Instagram cada mañana, en algún momento entre las 8 y las 11 de la mañana. El objetivo era tomar menos decisiones cada día, para dedicar la mayor parte de mi tiempo principalmente a escribir nuevos poemas.
Comparte el trabajo en progreso
Sin embargo, la decisión de compartir los poemas por redes sociales no fue particularmente fácil. No sabía exactamente cuál era mi motivación o mi intención de hacerlo, no sabía qué tipo de reacción recibiría. Sobre todo, dudaba mucho sobre si los poemas serían suficientemente buenos como para compartirlos. Es ese momento en el que aparece esa voz interna que te recuerda que no eres lo suficientemente bueno, que no le has ganado a nadie, que nadie te ha pedido ni te ha dado permiso para hacer esto. Esa vocecita de mierda.
Fue justamente por eso que fue tan importante para mí empezar a compartirlos. Para decirle a esa vocecita que se vaya un poco a la mierda. Y me alegro de haberlo hecho porque he aprendido muchísimo del proceso. He recibido mensajes de muchas personas, y saber que había alguien del otro lado se convirtió en un gran motivador para seguir escribiendo y compartiendo. Pero también aprendí muchísimo de qué poemas generaban reacciones y qué tipo de reacciones.
Cada cierto tiempo vuelvo sobre un gran libro sobre el proceso creativo, Show Your Work de Austin Kleon. Es un pequeño manifiesto sobre la importancia de compartir abiertamente tu trabajo y tu proceso cuando estás trabajando en proyectos creativos. “La mejor manera de empezar tu camino a compartir tu trabajo es pensar en lo que quieres aprender, y hacer un compromiso a aprenderlo en frente de otros”, escribe Kleon. Compartir estos poemas fue para mí un proceso de aprendizaje en público. Compartir estos aprendizajes ahora sigue siendo, también, parte de ese proceso de aprendizaje.
Primero empieza, luego no pares
Mi objetivo en un inicio era simplemente practicar un poco. Escribiendo Salas de espera me había reencontrado con un viejo hábito que descubrí que había extrañado mucho, y simplemente quería seguirlo ejercitando. Traté de no pensar mucho para empezar. Pero luego, traté sobre todo de no parar.
La cuarentena que empezó siendo de dos semanas terminó siendo de más de cien días. Cuando empecé, en algún momento durante la primera extensión, dije “voy a seguir hasta que acabe la cuarentena”. Tratando de hacer diez poemas por día, pensé que eso se convertiría quizás en unos cien poemas.
Luego la cuarentena se fue prolongando. Y se fue prolongando. Y se fue prolongando. Y yo simplemente hice todo lo que pude por adherirme a ese objetivo inicial: voy a seguir hasta que acabe la cuarentena. Así llegué a 100, luego 150, luego a 200. Luego pasé los 300 y empecé a sentir que se me acababa la gasolina, el flujo bajó tremendamente, pero la cuarentena seguía, y llegué a 400 y encontré un segundo aire y terminé el poema número 500 la penúltima noche.
No empecé pensando en escribir 500 poemas. No empecé pensando mucho, solo empecé. No esperaba que fueran buenos, no esperaba que fueran nada. Solo empecé. Pero una vez que empecé, dediqué toda mi energía a no parar. A simplemente seguir todos los días.
Deja que el viaje te guíe
En el camino empecé a darme cuenta de un montón de cosas. En primer lugar, de que estaba disfrutando el proceso. Cada día sentía que mejoraba un poquito más, cada día sentía que todo fluía más fácil. Sentía que se empezaban a formar temas, que había motivos que se empezaban a repetir orgánicamente. Surgían patrones. Poder ver todos los poemas unos al lado de los otros me ayudó a ver cómo las cosas empezaban a conectar.
El viaje que empezó sin un rumbo claro empezó a encontrar una dirección. Los temas empezaron a volverse una oportunidad para seguir profundizando, para seguir excavando y sacando nuevos aspectos, y eso a su vez sirvió para regresar y buscar material viejo que tenía y seguir haciendo nuevas conexiones. Fue recién en el camino que me di cuenta que había algo en esa conexión orgánica que quería desarrollar — y fue entonces que decidí reunir mis poemas favoritos bajo una colección, Postales desde Melmac. Y fue esa primera decisión la que me hizo pensar en que esa una colección podía conectar muy bien contra dos, y como terminé pensando en una serie de tres poemarios vinculados por temas de cambio y pérdida: Mutatis Mutandis, que es la serie que estoy desarrollando ahora (y puedes registrarte para recibir más información sobre ella aquí).
Nada de esto estaba planeado de antemano, pero el viaje me fue guiando y fui observando las conexiones y emocionándome por ellas y dejándome guiar por lo que iba saliendo. De la nada terminé no con una, sino con tres colecciones de poemas en la mano. Y terminé descubriendo que…
La creatividad es como una masa madre
Fue durante la cuarentena que observamos esta explosión simultánea y global en el interés de la humanidad por hacer pan, especialmente por hacer pan de masa madre. Hace unas semanas vengo escribiendo un artículo al respecto (que aún no termino), pero haciendo mi investigación para ese artículo terminé llegando a una conclusión que me gustó mucho, y que terminó convertida a su vez en un poema:
Lo más interesante para mí ha sido entender mejor cómo funciona la creatividad — al menos cómo es que funciona la mía. Empiezas sembrando una semilla, y luego otra, y luego otra, y cada una de estas semillas por sí sola parece irrelevante. Pero sigues sembrando otra, y luego otra, y poco a poco vas acumulando cientos de semillas irrelevantes que poco a poco van creciendo y empiezan a retroalimentarse y a conectarse. Empiezan a nutrir el suelo, empiezan a alimentar la tierra, y empiezan a ayudarse a crecer unas a otras. Y de la nada, en algún momento te das cuenta de que todas esas semillas se convirtieron en un jardín. Y que el jardín crece, y se beneficia por la presencia de todas esas semillas que en un principio pensabas que eran irrelevantes.
Esa es la ventaja de simplemente empezar y de no parar, de dejarte guiar por el viaje y de definir un proceso y unas limitaciones que te permitan simplemente seguir avanzando: en el camino la masa madre cobra vida propia, empieza a crecer sola y ya no puedes contenerla. Ya no se trata de ti ni de tu voluntad, ya no se trata de la vocecita de mierda y lo que la vocecita te pueda decir que está bien o está mal. Ya está fuera de tus manos: cuando estas cosas están fuera de tus manos, empiezan a hacer lo que les da la gana, y tu trabajo se vuelve simplemente nutrirlas. Seguir creando las condiciones para que sigan creciendo, para que se sigan expandiendo.
Y terminas llegando a cosas completamente inesperadas. No me esperaba terminar con 500 poemas, no me esperaba terminar con un proyecto de tres colecciones editadas en simultáneo, no me esperaba recibir mensajes e ideas y sugerencias y conexiones sobre qué hacer con todo este material. Nada de esto estaba planificado, pero fue pasando. Fue creciendo.
Como una masa madre. Y eso ha afectado de múltiples maneras cómo entiendo ahora la creatividad. No es un acto espontáneo de la imaginación. Es el resultado de un proceso necio, terco, ingenuo, neurótico, y ligeramente desconectado de la realidad, de seguir sembrando semillas y seguir echándole agua y harina a esa masa madre. Incluso cuando el mundo se está cayendo a pedazos.
Especialmente cuando el mundo se está cayendo a pedazos.