Eduardo Marisca | 13 Jan 2021
Las Elecciones Generales de abril me dan un montón de miedo.
Después de todo lo que hemos vivido en el Perú en el último año, la persona que asuma la presidencia, y las 130 personas que pasen a conformar el nuevo parlamento, tendrán una responsabilidad mayúscula sobre sus hombros: la responsabilidad de, aunque sea un poquito, reconstruir la empobrecida confianza de la ciudadanía en la promesa de la República. OK, quizás eso mismo ya es mucho pedir a estas alturas. Con que no destruyan la República y agraven la crisis democrática que venimos viviendo, quizás me doy por bien servido. Y ni siquiera eso parece tan fácil.
Por un lado, entonces, estas elecciones son cruciales. De-ter-mi-nan-tes. Pero al mismo tiempo, son imposibles de navegar. En total, 24 partidos han presentado fórmulas presidenciales o listas parlamentarias, estas últimas cada una con cientos de candidatos para un total de 27 circunscripciones electorales. Es decir, en total hay miles de candidatos que evaluar, y en esas listas hay todo tipo de antecedentes documentados y no documentados que deberían llevarnos a considerar nuestro voto con mucha precaución.
Es imposible. Estas elecciones simplemente no se pueden navegar de una manera efectiva.
Desde hace un par de meses, tengo un pie en el espacio de tecnología ciudadana a través de 200, un programa de incubación que lanzamos rápidamente en respuesta al golpe parlamentario y subsecuente protesta ciudadana de noviembre. Nuestro objetivo era contribuir a articular una comunidad de tecnología ciudadana más fuerte en el Perú y fortalecer un portafolio de iniciativas que buscaran tener un impacto en las elecciones de este año. Escogimos 12 iniciativas con diferentes objetivos, y desde mediados de diciembre venimos brindándoles apoyo en la formulación de su estrategia, el diseño de su experiencia de usuario, y la implementación de sus iniciativas.
En 200 venimos incubando un portafolio de 12 iniciativas de tecnología ciudadana desde mediados de diciembre.
Hemos tenido que movernos rapidísimo para levantar el programa, pero hemos aprendido muchísimo en muy poco tiempo. Y una de las cosas más importantes que hemos aprendido, luego de conversar con las iniciativas que participan del programa, de ver data sobre conducta de los electores peruanos, y de conversar con otras personas y organizaciones en el espacio de participación ciudadana, es que el voto informado es un problema de diseño, no de tecnología ni de data.
O quizás de manera más completa: es también un problema de diseño, y no solo uno de tecnología y de data.
El espacio de oportunidad para el voto informado es gigantesco. Aproximadamente 24.8 millones de peruanos irán a votar este año. En 24.8 millones de personas hay todo tipo de necesidades, intereses, gustos, preferencias, y conductas. De ninguna manera esos 24.8 millones de personas representan un grupo homogéneo y uniforme. Por lo mismo, por la diversidad de ese grupo, hay una oportunidad gigantesca para comunicarse con esas 24.8 millones de personas con una diversidad de estrategias, y por eso han aparecido también múltiples iniciativas de tecnología ciudadana que quieren fomentar un voto informado: buena parte del portafolio de 200 está atacando el problema desde diferentes puntos de vista o apuntando a diferentes públicos, y también lo están haciendo medios de comunicación como El Comercio o iniciativas como DecideBien o Club Otorongo, y así hay muchas más.
Eso está excelente. Mientras más, mejor. Estas iniciativas han hecho un gran trabajo de tecnología y de gestión de la data, conectando y disponibilizando bases de datos para que las personas interesadas puedan buscar y filtrar posibles candidatos bajo diferentes criterios, y esto es extremadamente útil. Pero algo que hemos descubierto en 200 es que es demasiado importante profundizar con el mismo nivel de detalle a la comprensión de la conducta del usuario y la experiencia que tiene al interactuar con estas herramientas.
Es decir: son muy, muy pocas las personas que se despiertan un sábado por la mañana y piensan “creo que hoy es un gran día para filtrar mis opciones de candidatos al Congreso”. Existen, pero son muy pocas. Las personas no solo llevan vidas ocupadas, sino que además estamos en medio de una pandemia con crisis económica, tratando de sobrevivir al mismo tiempo que buscamos la manera de interpretar a qué hora empieza el toque de queda mañana (en serio, si lo descifran me avisan, porfis). En medio de todo eso, encima tenemos que ponernos a descifrar por quién queremos votar, qué proponen, y si las personas que más o menos están alineadas con nuestras preferencias tienen o no antecedentes penales, denuncias por corrupción, juicios por alimentos, o tantas otras perlas que encontramos en el bestiario político peruano.
Las herramientas de voto informado tienen que lograr que el proceso de decidir sea más simple, de una manera que responda a las necesidades y conductas reales de las personas: no a la manera en la cual nos gustaría que se comporten.
La semana pasada, con Heidi Uchiyama de BetaLab hicimos un barrido rápido de data sobre la conducta electoral de los peruanos que nos compartió Transparencia, que nos ha venido apoyando en el programa de incubación de 200. Encontramos dos variables conductuales que nos parecieron especialmente importantes, desde un punto de vista de diseño, para focalizar la experiencia de usuario de un proyecto de voto informado. Por un lado, en términos generales las personas definen su voto en la campaña temprana (entre enero y febrero), o definen su voto en la última milla (en cualquier momento entre la última semana y la cola afuera de la mesa de votación).
Por otro lado, también en términos generales las personas pueden estar muy informadas sobre política (consumen múltiples fuentes de información con regularidad), o no tienen mucha idea de lo que está pasando (reciben información principalmente por grupos de WhatsApp, o no por iniciativa propia).
Cruzando estas dos variables, construimos cuatro perfiles de usuario (user personas) — perfiles que no buscan ser representativos en ningún sentido, sino generativos. Nos permiten imaginar usuarios que se comportan suficientemente distinto unos de otros como para obligarnos a diferenciar el tipo de estrategia con la que tendríamos que aproximarnos a cada uno, y el tipo de fricciones y preferencias a las que debe responder nuestra experiencia de usuario.
Los cuatro perfiles que construimos son:
El/la ciudadanx modelx. Esta es la persona que muy probablemente tiene claras sus afinidades, se informa desde múltiples fuentes, y toma una decisión temprano en la campaña. Muy probablemente dedique también energía a comunicar esa decisión y a intentar influir en el voto de otras personas. Tiene un alto interés en política, y es muy probable que haya participado en las manifestaciones de noviembre de alguna manera. Es una persona que seguramente es también activa en redes sociales.
“Quiero esperar a ver qué pasa”. Son personas informadas, interesadas en la política, pero que no necesariamente tienen claras sus preferencias o no sienten que haya un candidato/a que logre representarlos. Quieren informarse más pero no necesariamente saben por dónde comenzar, y quieren tomarse el tiempo para ver cómo evoluciona la campaña y poder tomar una buena decisión.
El tío del grupo de WhatsApp familiar. Ese tío que existe en todos los grupos de WhatsApp familiares, que no está bien informado (pero cree que lo está). El público favorito de los fake news, con puntos de vista fuertes y preferencias marcadas que sabe desde temprano por quién va a votar pero no va a hacer mucho esfuerzo por conseguir más información sobre el tema. (Si no tienes claro quién es ese tío, quiere decir que tú eres ese tío.)
“Ya decido en la cola”. La persona que no tiene un mayor interés en la política, ya le perdió la fe al sistema y vota básicamente porque es obligatorio. Piensa que todos son corruptos así que da un poco lo mismo, y a última hora le escribirá por WhatsApp a su grupo de amigos o a su grupo familiar para preguntarles por quién van a votar para hacer lo mismo. No es una mala persona, pero considera que preocuparse por la política es un mal uso de su tiempo porque tiene prioridades personales más importantes.
Estos perfiles son intencionalmente caricaturas de personas reales, con rasgos y conductas exageradas. Los construimos de esa manera porque esa exageración hace que sea mucho más fácil diseñar experiencias para ellos — lo que funciona para uno, claramente no va a tener la misma efectividad para el otro.
Construimos estos perfiles como una ayuda de diseño para las iniciativas que están participando del proceso de incubación de 200, como una herramienta que empuja a tomar decisiones y escoger el tipo de público al que quiere llegar una iniciativa. Pero pienso también que vale la pena compartirlo de manera un poco más amplia y abierta porque hay múltiples iniciativas operando en el espacio del voto informado que se beneficiarían de pensar un poco más de cerca en el diseño de la experiencia de usuario. Es increíble que hoy tengamos herramientas que nos permiten consultar con facilidad bases de datos y aplicar filtros para escoger candidatos, y estos son esfuerzos importantes.
Lo siguiente es pensar en cómo estas herramientas llegan a las manos y las pantallas de las personas, de manera efectiva y que genere impacto real. Tener un sentido claro del perfil de usuario al que queremos llegar es un gran punto de partida para eso, para luego observar cómo las personas interactúan con estas herramientas, e iterar continuamente a partir de lo que aprendemos. Pero el voto informado es un problema de diseño, tanto como es uno de tecnología.
Un problema de diseño clave si queremos alcanzar, desde diferentes vectores y con diferentes estrategias, esas 24.8 millones de personas que en unas semanas tendrán que tomar decisiones sobre el futuro de la República. Casual.