Eduardo Marisca | 05 Nov 2020
El mundo-que-fue
Hace poco más de un mes, y luego de un poco más de seis años, tuve mi último día como parte del equipo de La Victoria Lab.
Dejar cualquier trabajo en medio de una crisis como la que estamos viviendo es una idea, digamos, cuestionable. Dejar, además, un trabajo en el que tenía la oportunidad de colaborar todos los días con gente increíble en problemas interesantes y pasándola bien, solo puede ser descrito como un acto de autosabotaje existencial.
Comprenderán entonces que no fue una decisión sencilla. En los últimos seis años en La Victoria Lab he tenido el privilegio de aprender muchísimo — sobre innovación, sobre diseño, sobre transformación organizacional, sobre estrategia de negocios, sobre liderazgo creativo, y sobre muchísimas cosas más. He aprendido muchísimo, por ejemplo, sobre el viaje emocional (y en particular la frustración) que es inherente a cualquier proceso de cambio. El mundo hará siempre su mejor esfuerzo para seguir siendo como es, y querer cambiarlo para ser de otra manera es un proceso lento, complicado, donde es fácil pensar que no se está avanzando en ninguna dirección. Pero hay que aprender a mirar más allá de esa frustración presente para poder observar el cambio sobre un eje temporal más largo.
He aprendido muchísimo también sobre cómo traer cosas nuevas al mundo. Empezando por cosas concretas y tangibles, como productos y servicios que no existían y de repente existen, y hay personas que los están usando para resolver problemas en sus vidas cotidianas. Pero también pasando por cosas abstractas e intangibles, como procesos, conceptos, visiones y sistemas, que son más difíciles de imaginar, más difíciles de entender, pero también tienen su propia danza para hacerse realidad en el mundo, manifestándose poco a poco a través de conversaciones y artefactos y lenguajes compartidos.
Y he aprendido, quizás especialmente, sobre cómo encontrar tu camino a través de la extrema incertidumbre. Cómo reconciliarte con el lienzo en blanco y el desafío incomprensible, cómo empezar a responder la pregunta que ni siquiera tienes claro si está bien formulada, cómo no perder la esperanza y la motivación cuando nada parece tener mucho sentido. Los últimos seis años han sido prácticamente un doctorado en cómo navegar la incertidumbre — y los últimos siete meses la disertación.
Pero a pesar de todo esto — o quizás debido a todo esto — es que siento que es el momento de irme. No sé ustedes, pero para mí los últimos meses se han manifestado también como una pandemia existencial. Es difícil estar encerrado en tu casa tanto tiempo, contemplando cómo el mundo se acaba en simultáneo, sin hacerte un montón de preguntas sobre lo que estás haciendo, lo que quieres hacer, y la manera como estás pasando tu tiempo en el planeta.
Me da una pena enorme dejar al equipo de La Victoria Lab, a pesar de que sé que nos seguiremos viendo y colaborando en todo tipo de proyectos extraños y eso me da cierta paz. No tengo más que agradecimiento y admiración profunda hacia toda la gente maravillosa y extraña con la que me ha tocado interactuar en estos seis años y de la que siento que he aprendido tanto y les he devuelto tan poco. Ese agradecimiento se hace extensivo, también, a todas las personas con las que colaboramos en las distintas empresas de Intercorp, y en organizaciones con las que trabajamos muy de cerca como IDEO, Public Digital, Globant, Local Projects, entre muchas otras. Una lista detallada de todas las personas a quienes estoy en deuda sería no solo infinita, sino también forzosamente incompleta. Gracias por tanto, y perdón por tan poco.
No todos tenemos la misma respuesta a la pandemia existencial, ni tendríamos por qué tenerla. Pero es a partir de esas preguntas que empecé a pensar en el tipo de preguntas que quería explorar.
El mundo-que-podría-ser
Mi gran preocupación estos últimos meses no ha sido cómo hacer que las cosas vuelvan a la normalidad como la conocíamos — sino cómo evitar que eso pase. Pocas veces en nuestra historia se abren tan repentinamente ventanas de oportunidad y de necesidad de repensarlo todo casi al mismo tiempo. Pienso que cometeríamos un grave error si intentáramos cerrar esas ventanas, en lugar de atravesarlas y explorar lo que puede existir del otro lado. Hay que estar dispuestos a tirar la casa por la ventana si es que queremos construir un mundo más justo, más sostenible, más inclusivo, más equitativo — más feliz. Es decir, un mundo menos como el que tenemos.
Pensar en futuros distintos implica también explorarlos de manera distinta. Implica buscar inspiración en todo tipo de lugares, implica conectar ideas que no parecieran estar en principio conectadas. Implica también un poco de transgresión, y por qué no, un poco de ridículo también. Tenemos que estar dispuestos incluso a caer en el absurdo si es que queremos salvarnos de él. El futuro está escondido en las intersecciones que no nos hemos atrevido aún a intentar. Regreso continuamente sobre una de mis citas favoritas de Rayuela, la novela de Julio Cortázar: “nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo”. Y encuentro algo de consuelo en medio de toda la incertidumbre.
El sentido común y la gran mayoría de cursos y manuales de management que existen en el planeta coinciden en señalar en que uno debe concentrar sus energías en hacer menos, no más, si quiere lograr algo. No en el sentido de ambicionar menos, sino en el sentido de decidir por algo y luego concentrar todas tus energías persiguiéndolo. Para mí esto siempre ha sido una fuente infinita de frustración, porque hay demasiadas cosas que quiero explorar, probar, experimentar. Porque disfruto demasiado de hacer conexiones entre cosas que no parecen estar conectadas.
Hace un par de años me encontré con Refuse to Choose, de Barbara Sher, un libro que cambió mi manera de pensar sobre esto. Sher hace algo sencillo pero importante al darle un nombre a esa frustración que he sentido toda mi vida, y señalar que es una frustración compartida por muchas personas. Según Sher, la mayoría de personas que conocemos son divers, personas que prefieren encontrar una sola cosa a la cual dedicar toda su energía y sentir que se vuelven cada vez mejores en esa cosa. Es perfectamente normal encontrar algo que te gusta y luego querer bucear en sus profundidades, querer ser un especialista o un experto.
Pero una pequeña minoría de personas son scanners. Los scanners se resisten a cualquier tipo de especialización porque lo que más disfrutan es la posibilidad de explorar continuamente nuevas cosas. Y todo bien con ser un scanner, dice Sher, siempre y cuando tomes responsabilidad por cómo diseñas tu vida para que esa exploración continua sea posible en un mundo de divers que continuamente te empuja a decidir por algo y quedarte ahí.
Así que voy a tomarme un tiempo para poder explorar todos estos intereses en paralelo — intereses múltiples que parecen no tener ninguna conexión entre sí (y quizás no la tienen). Quiero escribir poesía así como quiero escribir código. Quiero crear negocios así como quiero crear publicaciones. Quiero transformar organizaciones así como quiero transformar economías. Quiero encontrar la manera de reconciliar todas estas cosas que quiero hacer.
Pienso que el eje común a todo lo que me interesa explorar es la creatividad, desde diferentes perspectivas. Quiero, por un lado, seguir dedicando parte de mi tiempo a construir cosas nuevas (y ayudar a otros a construir cosas nuevas): poder dedicar un poco más de mi tiempo a proyectos como Tudú, y poder involucrarme más con espacios que me interesan mucho y tienen mucho potencial, como la inteligencia artificial, las finanzas descentralizadas (DeFi) y los criptoactivos, o las industrias creativas digitales (en particular la industria de videojuegos, a la que me gustaría volver a acercarme). La idea de construir nuevas economías sigue siendo muy importante para mí, economías basadas en la tecnología, la innovación, y la creatividad. Para eso es necesario construir nuevas propuestas de valor y también transformar las organizaciones públicas, privadas y sociales como las conocemos para estar mejor preparadas para el futuro inminente.
Quiero investigar, aprender y compartir ideas sobre cómo estas nuevas economías pueden convertirse en oportunidades interesantes para el futuro del Perú y de América Latina. Voy a seguir escribiendo ensayos sobre diseño especulativo y futuros alternativos en Mutaciones, y también quiero revivir proyectos como el curso de Diseño de Ficciones que alguna vez imaginé. Me gustaría volver a enseñar también, si es que se diera la oportunidad correcta.
Sobre todo, quiero dedicar parte de mi tiempo a construir y contar historias — a escribir más. Tengo un par de proyectos en cola: Mutatis Mutandis, una trilogía de poemarios sobre el cambio y la pérdida (un inevitable hijo de su época, supongo); y una novela histórica que tengo guardada en un cajón hace demasiado tiempo y que ya es hora de terminar y mostrar al mundo, titulada Dendrosophía (o sobre la sabiduría de los árboles). Y tengo otros proyectos e ideas para cosas que quiero escribir y producir, entre podcasts, videojuegos, cuentos, y demás experimentos creativos con los cuales quiero pasar mucho más tiempo.
Quiero hacer un poco de todo, y con suerte no morir en el intento. También apoyar el trabajo de otras personas, colaborar con individuos y organizaciones interesados en pensar juntos en estas preguntas sobre futuros basados en la creatividad, la innovación y las tecnologías digitales. He decidido empezar un nuevo proyecto llamado Melmac, una incubadora personal de proyectos creativos, que espero me ayude de manera muy egoísta a activar y sacar adelante nuevos proyectos y que sirva como un vehículo para poder colaborar con otras personas y organizaciones. Melmac será una infraestructura compartida para la creatividad, un vehículo que haga más sencillo el convertir ideas en realidad.
(Lectores acuciosos reconocerán “Melmac” como el nombre del planeta natal de Gordon Shumway en ALF, una de las mejores series de televisión de los ochentas/noventas. El planeta Melmac explotó en un trágico accidente cuando todos sus habitantes encendieron sus secadoras de pelo al mismo tiempo — y por eso en los últimos meses se ha convertido en una de mis metáforas favoritas para hablar de un mundo perdido que nos genera nostalgia pero al mismo tiempo de un proyecto listo para ser recreado.)
Estoy muy interesado en explorar colaboraciones de todo tipo. Quizás al principio simplemente rebotando ideas o compartiendo referencias interesantes. Cualquier recomendación que tengan es muy bienvenida — pueden enviarme un correo electrónico o seguirme en Twitter o Instagram. Si quieren conocer más sobre nuevos proyectos que estoy cocinando o acompañarme en este viaje de exploración, pueden suscribirse debajo a La vida en Melmac, un nuevo newsletter donde voy a compartir las cosas más interesantes que vaya encontrando y actualizaciones sobre cosas en las que estoy trabajando cada par de semanas (ish).
El mundo-que-está-siendo
Este ha sido y sigue siendo un año difícil. Han pasado y siguen pasando un montón de cosas, a nivel global, a nivel nacional, y también a nivel personal. A veces creo que la respuesta correcta para tanta incertidumbre es dejar de intentar mitigarla, dejar de querer minimizarla, y más bien entregarse a ella, navegar la corriente y descubrir a dónde puede llevarte. No necesariamente es lo mejor para todos, y ciertamente soy consciente de que es un privilegio poder hacerlo. Un privilegio por el cual me siento muy afortunado y muy agradecido.
Más que un sentimiento de ansiedad ante tanta incertidumbre, me gana un sentido de oportunidad. Todo está aún por hacer, todo está sujeto a la reinvención, a la imaginación. Ahora que tengo más tiempo para explorar, para descubrir y aprender, empiezo a ver conexiones entre todo tipo de cosas. Conexiones que no estamos aprovechando, conexiones que son todas oportunidades para crear cosas nuevas. Algunas porque son interesantes, algunas porque pueden crear valor. Algunas simplemente porque son divertidas.
Hace un par de meses decidí también abandonar la ciudad por un tiempo y buscar refugio al sur de Lima, a metros de la playa y del mar. Aquí en mi refugio estoy pasando mi tiempo leyendo libros que tenía pendientes hace muchos años, escribiendo un poco todos los días. Buscando nuevas ideas y nuevas conexiones, arrancando nuevos proyectos. Teniendo conversaciones con personas con las que no hablaba hace mucho tiempo. Tomándome el tiempo para reiniciar el sistema.
Como se darán cuenta, hay mucho que todavía no sé, pero no quería dejar de compartir estas novedades porque siempre puede llevar a nuevas conversaciones interesantes. Ahora, si me disculpan, voy a agarrar una sillita plegable y una cerveza fría, y voy a instalarme cómodamente a observar el vacío — a ver si por casualidad al vacío se le ocurre observarme de vuelta.